Urteko lehenengo posta izango da gaztelerazko ipuin labur hau, Gabonetako literatura lehiaketan aurkeztuta Valdivielsoko merindadean (Burgos). Espero dut gustatzea.
Buscando el invierno, llegamos hasta aquella casa de madera, en la montaña. Al menos el invierno tal como lo habíamos conocido, cuando teníamos la edad que tienen ahora estos. Para llegar hasta allí, no teníamos que hacer demasiados kilómetros, no queda excesivamente lejos del sitio donde vivimos. Era, por otro lado, la primera vez que pasaríamos las Navidades fuera de casa. No huíamos de las fiestas, al contrario, pero este año queríamos que fuera diferente, por razones que seguro vais a comprender.
Es verdad que cada cual anhelamos lo que no tenemos. Muchas personas vienen del interior a la costa, buscando el mar y el sonido de las olas. Nosotros hicimos el viaje inverso. En realidad, sí era un poco una escapada, de la perpetua primavera de la última década y media, del eterno viento sur. Pasar la frontera, y en el primer puerto ya empezamos a notar el cambio, a escuchar ese otro viento que sonaba tan distinto. Al llegar a la cabaña, nos recibió ese mismo aire frío que invitaba directamente a entrar. A encender el fuego y la radio. Ella había estudiado el idioma del lugar de pequeña, nuestros hijos lo habían escuchado en la televisión, viendo los dibujos animados de pequeños. A mí simplemente me gusta cómo suena, oír a los locutores entre canción y canción. Y el crepitar del fuego.
Estábamos donde teníamos que estar. Nieve en las cumbres, lluvia y bruma, tal como lo habíamos imaginado. Sacamos de una de las bolsas de viaje los álbumes de fotos. Después de cenar, estuvimos los cuatro y el perrito entretenidos viendo las fotografías. Es verdad que cada vez me parezco más a él. Sitios visitados también por nosotros estos años, parece que hemos ido siguiendo su estela. Y después abrimos la carta que dejó aitatxi para cuando su nieto y su nieta fueran más mayores. Era por fin el momento.
Le pedimos a nuestro hijo que la leyera en alto, nos emocionó escuchar aquellas palabras a través de la voz de su nieto, con aquella entonación. Me sorprendió. Quizás no estamos acostumbrados a oírle leer textos en voz alta, y lo cierto es que se esforzó. Aquello también era muy importante para él, y para nuestra hija. Cuando terminó, estuvimos un rato en silencio, conmovidos. Alguno trataba de disimular, pero lo mejor era dejar escapar las lágrimas y soltar el nudo. Habíamos esperado unos cuantos años para este día, su deseo era que fuera el día veinticuatro de diciembre.
Nuestra hija estaba en una edad algo complicada, sólo a regañadientes aceptó traer la guitarra. Pero, a la vista de lo que habíamos escuchado en la carta, la cogió y comenzó a tocar la canción que mencionaba, la que solía tocar con la harmónica con mi madre. Cantamos los cuatro, tampoco estamos acostumbrados a hacer esto juntos. Pero es verdad que, cantando, espantamos el mal. Aligeramos la aflicción que nos había pesado todos aquellos años, fue un alivio leer al fin aquello que ya era demasiado misterioso. Mi madre ya me dijo que tuviera confianza. Y la tenía, pero siempre quedaba la incertidumbre. Y si…
Por cierto, fue una gozada escuchar tocar la guitarra a nuestra hija. Como habitualmente se hace de rogar, no sabíamos hasta dónde había progresado. Había preguntado por la guitarra eléctrica de su tío, lo que me encantó. Eché el último tronco a la chimenea antes de irnos a dormir, todavía podíamos cantar un rato más.
Finalmente encontramos lo que fuimos a buscar. Afuera el sonido lo rompían los cencerros de los yeguas. Todavía nos quedaba todo el día siguiente antes de volver a casa, a lo que la inmensa mayoría de la gente denomina “buen tiempo”. Fue una Nochebuena memorable, no como las de antaño, pero casi.